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lunes, 5 de mayo de 2014

Lo odiaba.

Bebió otro sorbo de café, sabia tan amargo como cuando no estaba a su lado y quería que lo estuviese. Lo odiaba. Al igual que odiaba el tabaco o el amor; éste último la asqueaba y ahora más que nunca. Una vez alguien la hizo creer que el amor era real, pero todo era una farsa, una herida infectada y difícil de curar. Le prometió que nunca la haría daño, pero bueno, la gente dice muchas cosas y le encontró pero aún se seguía buscando a ella misma. Lo recordaba todo sobre él, un recuerdo tan dulce y tóxico a la vez que la atraía, hermoso y terrorífico, dos sentimientos tan juntos y tan separados, como el haz y el envés de una hoja. Pero solo era eso, un recuerdo, un reflejo de algo que fue y jamás será. Muy a su pesar ella siempre guardaría la primera sonrisa que le dedicó, las siete maravillas: los siete lunares de su espalda, la última mirada de arrepentimiento, ni la maldita eternidad conseguiría borrar aquella mirada de los recuerdos de la chica. Cogió un cigarrillo de la cajetilla que él había quedado olvidada. Olvidada, al igual que a ella, pensó. Un torrente de humo bajo hacia sus pulmones a la vez que temblaba y lloraba, lo odiaba. Aún no sabe como vivir sin que sepa a él. La vida sin saberle a ella, con él.

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