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viernes, 30 de mayo de 2014

Enamorarse.




Cuando volví a mi interior, este seguía desordenado, y es que es imposible ordenarlo si cada vez que te pienso se desordenan mis versos interiores. Cuando no estás me convierto en un engendro con sentimientos en guerra con la noche, y a ver quién tiene mas sombras, me derrito en palabras que no riman y en miradas llenas de odio que se juntan en un un punto, donde tus labios rozan los míos.
Y cuando digo que te odio, no pienses que te quiero menos, es un te quiero oculto con la satisfacción que me produce ser tuya, porque quién podría imaginar siquiera que, por muy tópico que suene a alguien como tú podrían llegar a gustarle el gran problema que suponen mis eternos insomnios cansados o mis versos espinosos.
Cada suicida esta enamorado de un puente, y podríamos hacer una metáfora diciendo que suicida es mi mente y tu cuerpo el puente ya que cada vez que conectan mi vientre se remueve, inquieto por un par de besos helados como cuando el inverno se cierne sobre nuestras manos.
Pero decidí dejar de escribirte, de pensarte, de leerte, de sentirte, deje de ser tu cuando tu dejaste de ser yo. Y quizás ese fue mi error irme, irme para no volver, para echarte de menos, para auto destruirme. Pero antes de destruirme, olvide por completo que la única capaz de reconstruirme era yo misma.



Enamorarse. Enamorarse ¿para qué?
Para que me duelas

miércoles, 28 de mayo de 2014

Perdida.



Perdida a kilómetros del suelo o, quizás, a centímetros del cielo; en la calle de aquellos enamorados besándose como si no hubiera un fin; en la comisura derecha de tus labios ¿o era en la izquierda?; en algún hueco entre tus nudillos o tal vez son tus vértebras; en tus ojos, y que se joda el mar; en tus pestañas dos segundos hasta tus párpados; estoy perdida contando los lunares de tu espalda, son siete, mis siete maravillas de mi mundo revolucionado; perdida pensando en el presente de hace tres minutos, esperando a que me leas como locos que leen un mapa, como se leen la mirada dos gotas de agua, como si leyeses tu libro favorito, y es que lo soy.
Lo era.
Ya no hay labios, ni vertebras, ni nudillos, tampoco encuentro tus ojos. No puedo analizar tus lunares, la siete maravillas en ruinas de mi mundo deshecho. Ya no hay nada y aún sigo esperando a que me leas como quien espera el tren en una estación abandonada.
Y quizás, solo quizás, no estuviese en tus labios, sino en los míos; quizás tus ojos no eran tan azules. Tal vez no eran siete lunares ni estaba perdida en la calle de los enamorados.
Tan solo estoy perdida en un laberinto al que algunos llaman mente.

Busco.




Busco las heridas en las rodillas; el miedo a la oscuridad, a los monstruos y a las sombras.

Busco las sonrisas, los juegos y reírme a carcajada limpia hasta que duela.

Busco el escondite, el pilla-pilla, el polis y cacos, mato, mis libros de Kika Superbruja, mi película de la Sirenita grabada en cinta, mi Tamagotchi, mi Nintendo y mi liga Pokémon.

Busco volar en los columpios, y mi supervelocidad en tobogán.

Busco los besos de buenas noches de papá y mamá.

Busco la comida de la abuela. Aún sigo buscando al abuelo al salir del colegio.

Busco el recóndito lugar en el que están las cosquillas de mi padre y las historias de mi madre.

Busco dónde quedó el tiempo en que ansiaba crecer (menuda ingenua)





Busco mi vida, me busco a mi misma.

domingo, 11 de mayo de 2014

La chica.

Aquella chica experta en deshacer a las personas con una sola mirada y rehacerlas al tocarlas; que adora el olor de las calles mojadas, pensando que la lluvia son lagrimas de algún muerto infeliz. Aquella chica que se arroja por el precipicio de sus pupilas susurrando a gritos "¡Que jodida la vida!"; que se ahoga entre palabras porque no tiene el valor de ahogar sus penas; que no busca la felicidad, simplemente busca no estar triste. Esa chica que se desordena en verso para ordenarse en prosa; que desearía pasar la noche acurrucada junto a la luna; que sueña con la poesía de Neruda abrazando la prosa de Allan Poe; que vive en un invierno eterno, etereo, perfecto, tan congelada que tal vez se está derritiendo. La chica de las revoluciones interiores, de los garabatos en cuadernos, del pelo despeinado a la altura de sus marcadas clavículas, de ojos verdes o marrones, no lo sé; mirada perdida, más perdida que la misma palabra, que un pájaro sin alas, que Alicia en su país de las Maravillas, tan perdida que no sabe si es ella, que no sé si soy yo. 

El sabor de las personas.

Hay varios sabores de personas, la mayoría son sabores simples: la amargura del café, el dulce sabor del carmín, el insípido sabor del viento o el sabor de unas palomitas saladas en el cine. Raras veces descubres sabores perdidos, exóticos, que lo son todo, pájaros en manada con sabor a eterno que con tan solo advertirlos caen por un precipicio hacia la nada pasando por lo infinito. Y eso es lo que ella esta buscando sin saber que ese es su propio sabor.

lunes, 5 de mayo de 2014

Lo odiaba.

Bebió otro sorbo de café, sabia tan amargo como cuando no estaba a su lado y quería que lo estuviese. Lo odiaba. Al igual que odiaba el tabaco o el amor; éste último la asqueaba y ahora más que nunca. Una vez alguien la hizo creer que el amor era real, pero todo era una farsa, una herida infectada y difícil de curar. Le prometió que nunca la haría daño, pero bueno, la gente dice muchas cosas y le encontró pero aún se seguía buscando a ella misma. Lo recordaba todo sobre él, un recuerdo tan dulce y tóxico a la vez que la atraía, hermoso y terrorífico, dos sentimientos tan juntos y tan separados, como el haz y el envés de una hoja. Pero solo era eso, un recuerdo, un reflejo de algo que fue y jamás será. Muy a su pesar ella siempre guardaría la primera sonrisa que le dedicó, las siete maravillas: los siete lunares de su espalda, la última mirada de arrepentimiento, ni la maldita eternidad conseguiría borrar aquella mirada de los recuerdos de la chica. Cogió un cigarrillo de la cajetilla que él había quedado olvidada. Olvidada, al igual que a ella, pensó. Un torrente de humo bajo hacia sus pulmones a la vez que temblaba y lloraba, lo odiaba. Aún no sabe como vivir sin que sepa a él. La vida sin saberle a ella, con él.

domingo, 4 de mayo de 2014

Él podría cambiar el mundo pero.

Andaba por las calles de Madrid, un ajetreado día de diario, en el que todo el mundo parecía estar demasiado ocupado ocultando la  tristeza de su ordinaria rutina. Se sentó en tercer banco a la derecha de una calle de la cual nunca se había preocupado por recordar el nombre, de hecho, jamás lo haría, eso solo estropearía la magia de esa maravillosa avenida; personas corriendo de un lado a otro, las cafeterías abarrotadas de gente pensado como contar a su familia alguna noticia inesperada y desagradable, sujetando sus cafés con las manos temblorosas. Nunca entendería la forma de pensar de aquellas personas. Se levantó pasado un tiempo, que podían ser horas, minutos, quizás tan solo hubiesen sido segundos, no lo sabía, tampoco le interesaba, para él el tiempo solo era una sustantivo sinsentido como tantos otros que la gente utilizaba, como amor, emoción o odio, solo palabras. Andaba vistiendo su chupa de cuero desgastada, un cigarro en la boca, unas viejas zapatillas maltratadas, con London Calling de fondo y pensando en algún tema banal y sin importancia. Hablando en silencio, pero el silencio lo decía todo. Llenaba su cuaderno de garabatos, garabatos hermosos para algunos horribles para otros, pero que podían cambiar el mundo, él sabia que podia hacerlo, sin embargo ¿Por qué iba a molestarse en mejorar un mundo lleno de idiotas?
No puedo escribir mucho más sobre él, es más, ni si quiera le conozco.